En 1148 el integrismo almohade norteafricano conquista por fin la ciudad cordobesa de Lucena. Cuatro siglos después de iniciada la invasión de la península Ibérica por las hordas islámicas, cae el entonces más sagrado bastión de los judíos del sur de Europa. Su pérdida fue entonces considerada una auténtica tragedia, casi equiparable a las sucesivas destrucciones de Jerusalén. ¿Por qué dolió tanto aquel episodio hoy ya olvidado? ¿Qué supuso esta pequeña ciudad para que los judíos considerasen su abandono una segunda Diáspora? ¿Qué “tesoros” ocultaba la “Perla de Sefarad” que costó tanto perder?
Los mitos y leyendas sobre Al-Yussana Ay-Yahudí (Lucena de los judíos), como se la llamó en árabe, bien valen un repaso para entender hasta qué punto fue mistificada y amada por los hebreos que la habitaron desde tiempos, literalmente, inmemoriales.
Tras la tumba de Noé
El actual nombre de Lucena resulta de la castellanización del nombre árabe Al-Yussana, que a su vez procede de otro latino o latinizado, Eliossana o Elisana, cuya antigüedad se desconoce y que parece, en cualquier caso, de raíz inequívocamente semita.
Cuenta una leyenda sefardita que Nabucodonosor II (607-562 a.C.), rey de Babilonia, tras conquistar Jerusalén (586 a.C.) y someter a los judíos a cautiverio, envió una expedición de hebreos hasta los confines de la Tierra, a Tharsis, porque esta ciudad pertenecía a los fenicios de Tiro, ciudad que también conquistó en el 573 a.C. Allí, en el imperio de Tharsis (Tartessos), los hijos de Israel buscarían “el lugar idóneo” para fundar la ciudad de Elisana, donde dar gloria a Dios, según mandato del rey, quien acató al Dios de Israel (Daniel 3, 96-97). Pero, ¿por qué era idóneo?, ¿en honor de quién o de qué llamaron Elisana a esa ciudad?
Según la creencia sefardí, el monte Aras (a 6 kilómetros al sur de la actual Lucena) no es otro que el Ararat del fin del Diluvio (Génesis 8, 1-5), en cuya cumbre se posó el arca de Noé.
El Aras (868 metros) es el centro geográfico de Andalucía y permite ver desde su cumbre simultáneamente las actuales provincias de Córdoba, Sevilla, Granada, Jaén y Málaga. Pero además en su ladera se halla la Cueva del Ángel, un santuario paleolítico (datado en el 75.000 a.C.) frecuentado como lugar mágico a lo largo de la Historia. Incluso los judíos lo consideraron el altar que Noé construyó para dar gracias a Dios por el fin de la lluvia.
A 15 kilómetros hacia el oeste de Lucena encontramos el yacimiento de La Morana, de la Edad del Bronce, ininterrumpidamente habitado hasta época ibérico-tartésica, donde aún se conserva bastante bien la cripta cilíndrica que los antiguos hebreos y no pocos cristianos calificaron como tumba de Noé.
Pero si los judíos de Nabucodonosor estuvieron aquí para venerar el enclave de la primera alianza de Dios con la Humanidad, ¿por qué le llamaron Elisana en lugar de Noena?
La genealogía de Noé nos lo aclara: Noé tuvo tres hijos; uno de ellos, Jafet, fue el “padre” de los siete pueblos occidentales. De estos siete, el Génesis sólo menciona la descendencia de dos: Gomer y Javán, y a este último le asigna cuatro hijos, a los que las Escrituras se refieren de dos en dos, como si se tratara de gemelos (o de naciones muy próximas): Quitim y Rodanim, y ¡Tharsis y Elisá!
Si la capital del imperio homónimo, Tharsis (Tartessos), se hallaba como se cree en las marismas del Guadalquivir hasta su desaparición en el siglo VI a.C., la Elisá o Elisana prerromana se levantaría en los esteros que por aquella época existirían en la campiña de las sierras subbéticas, y de los que todavía hoy quedan un rosario de lagunas de características ecológicas muy similares a Doñana (Zóñar, Amarga, Dulce, Jarales, etc.).
Leyenda o no, el profeta Abdías se refiere a la Diáspora judía en Sefarad en fecha tan remota como finales del siglo VI a.C., cuando se supone fue redactado su libro (Abdías 1, 20-21).
A un paso de Babilonia
¿Pero desde cuándo hubo judíos en Lucena? ¿Qué dice a este respecto la historia oficial?
Sencillamente, nada. Los manuales se refieren a una carta hológrafa dirigida por la comunidad hebrea de Babilonia a sus hermanos lucentinos en la que se afirma que Lucena “es una ciudad de muchos judíos, acaso no hay ni un gentil entre vosotros”.
La misiva está fechada en el 853 d.C. y la firma Natronay bar Hilai, gaón (presidente de la Academia babilónica de Sura). Contiene alusiones detalladas a la vida cotidiana de la Lucena judía, como si el maestro Natronay conociese personalmente esta ciudad andalusí. Y de hecho, los judíos lucentinos siempre creyeron que este rabino les impartió en persona sus enseñanzas hermenéuticas “atravesando el mundo de un solo paso para venir desde Sura hasta Lucena cada vez que se le precisaba con urgencia”, creencia que recogen historiadores como Yitzhak Baer.
La hermenéutica o interpretación semiótico-fonética de las palabras era la base fundamental para conocer la Biblia y pronunciar las oraciones. Así por ejemplo, y según la tradición cabalística, la facultad de teleportarse se obtenía a partir de la correcta y exactísima pronunciación de las sílabas, lo que sólo alcanzaban grandes y maestros.
Sura y Pumbedita, en Babilonia, fueron hasta el siglo IX las dos grandes academias mundiales de hermenéutica y doctrina talmúdica. A partir de ese siglo, Lucena se situó a la misma altura, y poco después las superó. Los más grandes sabios de Al-Andalus y de la Sefarad cristiana llegaron hasta Lucena: poetas, talmudistas, científicos y cabalistas de Egipto, del Magreb, del Báltico y de Oriente Medio pasaban largas temporadas o se afincaban cerca de la aljama lucentina, cuyas respuestas creaban jurisprudencia en toda la Diáspora, y cuyas investigaciones médicas y filosóficas sentaban cátedra entre la intelectualidad árabe.
De hecho, las crónicas árabes confirman que, entre el siglo IX y mediados del siglo XI, Lucena fue una ciudad casi absolutamente judía y gobernada de facto por esta comunidad, fiel al monarca cordobés, quien permitió que levantaran murallas y ciudadela y que instruyeran milicias propias. Se cree que hasta pudo existir en Lucena, siquiera durante meses, una taifa absolutamente hebrea. Una especie de república rabínica que llegaría a emitir su propia moneda.
El “efecto Jerusalén” en Lucena
Médicos del Hospital Psiquiátrico de Jerusalén han bautizado como “efecto Jerusalén” un síndrome psicopatológico que padecen algunos turistas llegados a aquella ciudad. Los doctores han determinado que es el ambiente religioso de la urbe lo que desencadena súbitas alteraciones de conducta y abstracción de la realidad. Estos “éxtasis clínicos” se producen con independencia del nivel de formación académica del paciente, aunque al parecer son más frecuentes entre titulados universitarios.
Algo parecido ocurrió en la Lucena judía a algunos de sus visitantes más ilustres.
Destaca el caso del filósofo y poeta sefardí Judá Leví (1065-1141), quien tras un breve período en Lucena creyó haber descubierto allí su “misión”: conducir al pueblo de Israel hasta el monte Sión y reconstruir el Reino. Considerado como loco por unos y provocador por otros, el rabinato de Lucena decidió expulsarlo, y Leví marchó a Egipto.
Más espectacular si cabe es la llegada a Lucena en 1147 del vidente judeomagrebí Moshé Ad-Daraí, quien en plena invasión almohade proclamaba por todo el Magreb y hasta en Al-Andalus que el Mesías se había revelado y que haría su aparición en Lucena el día de la Pascua. Como muchos de sus vaticinios se venían cumpliendo, esta profecía causó inquietud entre las gentes que al albur mesiánico llegaban a Lucena de todas partes. Tras su error, Ad-Daraí marchó a Tierra Santa, donde murió.
Un año después Lucena fue expoliada por los almohades y su aljama disuelta. Los historiadores creen que no más de dos o tres familias judías quedaron allí. Pero un siglo después, hacia 1240, tras la invasión castellana, descendientes de los exiliados lucentinos regresaron a la tierra de sus abuelos, aunque siguieron siendo minoría. Otro tanto ocurriría tras la expulsión general de 1492.
¿Qué hacía volver a los judíos a Lucena generaciones e incluso siglos después?
Una de las iglesias más antiguas de Lucena es la de Santiago, que desde el siglo XIII fue reconstuida varias veces, según la tradición, sobre el solar de la abandonada Sinagoga Mayor.
Probablemente la obra se encargó a alguna “hermandad de Santiago”, es decir, a alguna cuadrilla de albañiles gnósticos (conversos judíos y/o musulmanes) que dejaron su impronta en las misteriosas marcas de cantería de los capiteles y los arcanos del frontispicio de su fachada lateral (Sur). El promotor de la obra definitiva (1503) fue Garci Méndez de Sotomayor, comendador de la Orden de Santiago y tío carnal del I marqués de Comares, señor de Lucena. La Orden de Santiago fue heredera del patrimonio material y espiritual de los capítulos hispánicos de la Orden del Temple (extinta y expropiada desde 1312).
El viejo templo mudéjar posee, entre otras singularidades, tres naves sujetas sobre cinco pares de columnas contrahechas, como si se tratase de una sucesión de “torres de Pisa”, consecuencia al parecer del terremoto de 1755 o, según algunos, porque fueron añadidas tras levantar el suelo de la nave central. Pero, ¿para qué lo levantaron?
Una tradición local dice que entre las parroquias de Santiago y San Mateo (esta última también fue sinagoga, antes que mezquita almohade) hay subterráneos que conducen al disputado emplazamiento de la tumba de Noé. ¿Se reconoce la entrada al pasadizo por la única columna de la iglesia de Santiago, en cuyo capitel aparece esculpida una hoja de parra? ¿Está acaso bajo el impresionante sagrario de San Mateo, obra cumbre del barroco cordobés, con sus espejos de simbolismo solar y esotéricos símbolos de su sobrecargada bóveda?
Noé fue el primer viticultor, pues el viñedo fue el primer cultivo tras el Diluvio (Génesis 9, 20), y casualmente Lucena se halla en una de las comarcas de la Península donde se registran los vestigios más antiguos de viticultura: el “lagar ibérico”, le llaman los arqueólogos.
Pero mientras hay quien se sigue preguntando a quién o qué se enterró bajo ambos templos, la respuesta parece venir de las estrellas...

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